21 oct 2008

Un día

Allí, inmóvil, sobre las piedras y con los pies desnudos y el pelo mojado notaba cada vez más el frío que se calaba en sus huesos. Se arrepintió de haberse metido en el agua, pero le parecía que hacerlo era una obligación. No quería darle a Mark el gusto de llamarle cobarde. Más bien, no le gustaba que nadie nunca le llamara cobarde y pensaba que quizá ésa era una de las razones por las que por fin había aceptado la idea de mudarse junto a Mark a Italia y empezar una nueva vida juntos. A partir de ése día, ya nada sería lo mismo. Se puso el jersey y la bufanda, y se levantó un segundo para abrocharse los pantalones. Notó que temblaba, y por un momento dudó de si sería por el frío o por lo que iba a pasar en las próximas horas.
Al levantar la vista vió a Mark salir del agua y caminar lentamente hacia las rocas. No me lo puedo creer, pensó, el mar está congelado, y él no parece tener ni pizca de frío ¡ni siquiera corre! Le miró los pies mojados, llenos de arena, y después se miró los suyos, más pequeños y de color rosado por el frío, y apresuró en ponerse los calcetines.
- El agua es buena hoy- dijo Mark al llegar a las rocas.
- Está, Mark, está buena.
Mark sonrío, reconociendo su pequeño error y se acercó a darle un beso. Pedro se apartó; no quería arriesgarse a que los vieran juntos tan cerca de su casa.
- ¿No tienes frío?- Le preguntó.
- Un poco – contestó él – bueno, ya sabes que esto no es nada comparado con mi país.
Pedro sonrió y le tendió una toalla. Se acordó de su primera visita a Suecia, antes de que fuesen pareja, cuando Mark sólo era el compañero erasmus de su hermana Lola, y ésta aún no había decidido cambiar la carrera de económicas por la escuela de circo; cuando todo era “normal”; cuando él todavía no tenía ni idea de que lo suyo con su novia no funcionaría nunca, por mucho que lo intentase.

- ¿Sabes Mark? Mi hermana y yo veníamos mucho a esta playa cuando éramos pequeños.
- Y, después, ¿no veníais?
Pedro sonrío

- No – dijo. Mi padre nos llevaba a otra playa; decía que ésta estaba llena de hippies y maricones.

Al llegar a casa, encontraron a los padres de Pedro frente a la televisión en el salón. Su padre les saludó desde su sillón de piel, donde permanecía horas, viendo las noticias o leyendo el periódico, con las piernas estiradas y la mano derecha jugueteando con el bigote.
Su madre le hizo una señal para que le siguiera a la cocina, mientras Mark se sentaba en el sofá, fingiendo, como en los últimos días, que no entendía ni una palabra de castellano.

- ¿Qué te pasa mamá? - preguntó Pedro - ¿Estás bien?
- ¿Lo tenéis todo preparado, hijo?
- Sí, sí claro. Nos vamos mañana. ¿Por qué? ¿Quieres que nos quedemos un día más contigo aquí?
- No, no; déjamelo todo a mí. Tú preocúpate de ser feliz; te lo mereces. Creo que es mejor si os vais esta noche. Pedro…han adelantado la emisión. El programa va a empezar en menos de cinco minutos
- ¡¿Cómo?!
Pedro se apresuró en volver al salón, y se sentó junto a Mark, cuidándose de mantener las distancias, pero asegurándose de rozarle la rodilla lo suficiente como para comunicarle que algo iba a pasar. Su madre se sentó junto a su padre y se dispuso a servirle la misma copa de coñac que tomaba todos los días a esa hora. Éste se incorporó en el sofá y preguntó:
- Y vosotros, ¿dónde habéis estado hoy con el frío que hace?
- En la playa- respondió Pedro
- ¿En la playa? Seguro que ha sido idea de tu amigo este tan raro que has traído, que con tres grados que tenemos va por ahí sin abrigo ni nada…
- Déjalo Miguel, que te va oír y…
- ¡Pero si no entiende nada mujer! – interrumpió el padre- ¿No lo ves? No se entera. Además es raro, y punto. Mira, si no fuera porque es tan alto y corpulento, hasta te diría que es maricón – dijo sonriéndose, mientras Pedro se mordía la lengua, como tantas veces antes había hecho.- Y tú, Pedro - continuó su padre - en cuanto tu amigo el extranjero se haya ido, más te vale quedarte en casa estudiando todos los días, que así no vas a llegar a nada nunca. No se para qué sigues pagando matrículas a la universidad si no tocas un libro, y eso que te convencí para que hicieras una carrera decente. Mira a tu hermana Lola en Canadá, a punto de terminar el master en dirección de empresas después de acabar económicas. Ella llegará lejos y nos hará sentir orgullosos, pero tú…
- Miguel, deja al chico que acaba de llegar – dijo su madre

Pero su padre la ignoró y continuó hablando
- La peor desgracia que le puede caer a un padre después de un hijo maricón es un hijo vago, y tú…

En ese momento Pedro miró fijamente a su padre, porque sabía que sería la primera vez que lo vería dejar una sentencia de esas a medias. Ya no se tocaba el bigote, ni sostenía el vaso de coñac, que se había caído al suelo, haciéndose añicos. Simplemente tenía los ojos clavados en la televisión, donde la imagen mostraba a su hermana Lola, último fichaje del circo europeo, abriendo un espectáculo de Navidad con un número de trapecismo y contorsionismo único en el mundo.
Pedro cogió la mano de Mark, miró a su madre; y ninguno de ellos necesitó decirse nada, para decírselo todo.




Ester Gallardo (Alumna de la escuela George Orwell, curso 2007/08)


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