Intento buscarlo en esta celda, él que me cogía con sus manos crispadas y me señalaba el mar. Cuánto daría por ver el horizonte permanente, los rizos de espuma y el olor del océano. Pero debo quitarme estas ideas, la nostalgia no es buena cuando se tiene que salvar el orgullo. Y sé que mi vida no corre peligro, no me matarán de un tiro en la nuca, ni de una soga al cuello, ni de un veneno letal. Mis palabras se perderán en la infamia y el silencio. Tan sólo iré perdiendo la cordura, la fe en la humanidad. Me volveré en un animal desbocado que rasga las paredes de su cárcel y el corazón, que antes tan fuerte y acelerado me latía, ralentizará sus movimientos. Hasta que un día explote de coraje.
“Qué gran isla podía ser, mira bien a tu alrededor Alejandro. Entre unos que intentan invadirnos con su imperialismo sangrante y estos con su paternalismo déspota, están destruyendo Cuba”. Yo memorizaba las palabras del abuelo Hilario como el niño de diez años que era y fue, en aquellos paseos al atardecer, cuando yo conocí la libertad.
Pero debo parar, mi cabeza se llena de recuerdos que me ponen triste. Oigo a mi compañero Oscar toser. Lleva varios días así y, por mucho que pidamos médicos y medicinas, la única respuesta obtenida es un silencio cobarde. A veces, golpearía con tal fuerza estas paredes apestadas que me rompería los nudillos para no sentir dolor en mi corazón, sino en mi cuerpo.
-Alejandro ¿estás despierto?
-Sí ¿cómo vas?
-He tenido días mejores.
El silencio nos agudiza el sentido del oído, eso es lo que pienso mientras espero a que Oscar hable. Siempre necesita su tiempo hasta que su garganta se tranquiliza. Me pregunto en estos momentos de quietud qué habrá sido del resto de nuestros compañeros. A cuántos habrán detenido. Quizás a Yarai, José Daniel, Bárbara, Fabio. Me tengo que reír, nuestro delito es haber creído en un proyecto que intentaba recuperar la libertad. Todos tenemos condenas similares: “ser responsables de acciones contra la independencia o la integridad territorial del Estado”. Ironía pura. Se nos acusa de atentar contra la independencia, al pretender recuperarla para Cuba. Ellos se convierten en adalides de la libertad cuando nos torturan, nos obligan callar y nos someten a un pensamiento lineal. Matemos el espíritu crítico, eso es lo que piensan y eso es lo que hacen.
-¡Alejandro! me gustaría tanto poder respirar fuera de estos muros de mierda. Yo callo durante unos instantes.
-No pienses en lo que no tenemos, sino en lo que nos espera al salir de aquí.
-¿Tú crees que algún día esto ocurrirá?
-Sí -mi afirmación es rotunda, con seguridad. No sé si habré logrado el efecto de levantar el maltrecho ánimo de Oscar. Lo oigo de nuevo toser.
Con voz pausada me dice -voy a intentar descansar. Yo me quedo impasible en el suelo de cemento, que desde hace dos meses es mi cama. Cuando cierro los ojos pienso en el abuelo e imagino qué podría pensar de mí si me viera en este estado. Yo le preguntaría: “ a qué grupo pertenezco, al de los luchadores, al de los silenciosos o al de los derrotados?”. Su respuesta sería que yo formo parte de todos ellos, porque un verdadero combatiente debe de haber pasado por todas las sendas de la vida, igual que el mar. A veces colérico, en calma, sumiso o en tinieblas pero siempre enhiesto para imponer la magnitud de su libertad.
Relato ganador del I Certamen Literario Sol Mestizo de Amnistía Internacional de Albacete.
Olga Huerta
Alumna de la escuela George Orwell (2007/08)
1 comentario:
Me parece un relato precioso, con mucho contenido, que te hace pensar.¡Genial Olga!
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